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En el interior de este restaurante fundado en 1947 (no, no es centenario, de momento), podemos contemplar cómo ha ido variando el diseño del escudo de Madrid, desde sus orígenes, allá a fines del siglo XII, hasta nuestros días.
El Oso y El Madroño
El primer emblema madrileño (heráldico) del que se tienen noticias es anterior a 1200, y mostraba un pedernal sumergido en agua con dos mazos golpeando que hacían saltar chispas, y una serie de inscripciones en latín pero que traducimos al castellano para mayor comodidad del lector: "Ésta es la gloria del trabajo" "Preparate" y debajo de estas, las frases: "Fui sobre agua edificada. Mis muros de fuego son. Esta es mi insignia y mi blasón". El agua siempre presente en Madrid desde los tiempos de Maricastaña. Y no sólo eso: además de al agua, las inscripciones se refieren a que las murallas eran de pedernal (más duras que el Alcoyano, pues), y que al ser golpeadas por armas de acero, lo único que hacían eran producir chispas.
Hacia 1202, el blasón cambió, y seguro que tuvo que ver en ello el hecho de que el rey Alfonso VIII concedió a los habitantes de Madrid una serie de privilegios especiales (un fuero de Madrid) y nuevas disposiciones legales. En la batalla de las Navas de Tolosa, el blasón de los guerreros madrileños era un "oso pasante por campo de plata", en términos heráldicos, y que se traduce en la representación de la constelación de la Osa Menor sobre el lomo del plantígrado y la Estrella del Norte en su cola.
Y parece además que no es oso, sino osa, hembra asociada en heráldica a la fertilidad y abundancia. Posiblemente en los alrededores de Madrid había un buen número de especímenes, que habitarían en los bosques que rodeaban la población. Parece que el escudo simboliza la osa madre que defiende ferozmente a sus crías, la gente del pueblo, los habitantes de Madrid. Parece entonces más plausible el hecho de que sea una osa y no un oso.
En cuanto a las estrellas sobre el lomo del animal, se vincula con la constelación de la Osa Menor. Algunos historiadores locales, en cambio, relacionan las siete estrellas (las mismas que aparecen en la actual bandera de la Comunidad de Madrid) con 7 escuelas de astronomía que supuestamente existían en el Mayrit del siglo X. Otras versiones enlazan las estrellas con el famoso cielo de Madrid, que antes de la contaminación era puro y claro . "De madrid, el cielo", y no "al cielo", como se dice muy habitualmente.
Ahora nos queda el arbolito del actual escudo madrileño. Desde la concesión real de privilegios en 1202, la Iglesia y el Concejo madrileños se pusieron a discutir amargamente, para dirimir, suponemos, quien poseía más poder en la pequeña ciudad. La excusa era comprobar quien tenía jurisdicción sobre los abundantes bosques circundantes (incluidos suministros de madera y terrenos de caza) y las tierras de pastoreo. Durante 20 años hubo controversia, hasta que finalmente se produjo el acuerdo: la Iglesia se quedaba con las tierras de pastoreo y la Corona, representada por el Concejo, con los bosques. El escudo resultante procedía de la simbología de ambas partes. El oso, que antes se paseaba por el campo como Pedro por su casa, ahora se erquía sobre sus patas traseras y simbolizaba el dominio eclesiástico sobre los pastos. Sus patas delanteras se apoyaban sobre un árbol, el bosque que había conseguido el Estado, o dicho de otra forma, el Concejo. Y a este diseño tan cuco se le rodeó con una orla azul (el azul del cielo de Madrid) donde destellaban las siete estrellas de la constelación de la Osa Menor, presente en el anterior blasón.
Es posible que en aquel tiempo, el árbol designó una especie genérica, y no específica. Es decir, que todavía no era un madroño, que estrictamente no es un árbol, sino un arbusto (Arbutus unedo, es su nombre científico). Lo del madroño vino más tarde. En el siglo XVI, durante una visita de Carlos I, Madrid sufría una epidemia de fiebres, y el propio monarca cayó enfermo. Los habitantes habían descubierto que hirviendo hojas de madroño se obtenía una bebida que curaba, o al menos paliaba el efecto de las fiebres. El rey y mucha gente enferma se curó a base de consumir este brebaje, y a partir de entonces, en agradecimiento a los supuestos efectos curativos del madroño, los escudos de armas identificaron el arbolito de marras del blasón madrileño como madroño. Así, oso y madroño forman parte inequívoca de la imaginería y simbología madrileñas.
Pero aún hay más, porque todavía no está completo el escudo de armas de la Villa y Corte. En 1554, el Parlamento de Valladolid dio permiso a Madrid para añadir al diseño de su blasón la corona real, con lo que el poblachón manchego pasaba a merecer oficialmente el título de "villa", pero no antes. La corona se ubicó en el interior de la orla, sobre el oso y el madroño, pero durante el siglo XVII, al parecer mediante algún extraño rediseño del invento, la corona empezó a verse habitualmente sobre el escudo de armas, fuera de la orla, quizás por consideraciones estéticas.
En 1842 se le añadió la Corona Cívica, otorgada a Madrid 20 años antes por su intervención en la Guerra de la Independencia, y un elemento bastante extraño, un dragón. Este dragón parece proceder de un relieve de Puerta Cerrada. El bicho mitológico en cuestión permaneció incorporado al emblema madrileño hasta que el Ayuntamiento recuperó en 1967 el escudo anterior, el de toda la vida: oso, madroño, orla azul, siete estrellas y la Corona real. Y así permanece en la actualidad, hasta que se le ocurra dejar su impronta a algún preclaro edil en tan simbólico mamotreto.
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